2009
En su tercer volumen de la historia de la sexualidad el filósofo francés Michel Foucault exponía con claridad prístina que el placer podía ser tanto un dispositivo de control como un espacio de transgresión. Esta idea aparentemente paradójica presenta el placer como una serie de disposiciones y límites de lo sensible que se inscriben en el cuerpo. De esta manera, la experiencia del placer refleja los límites morales de la época, la construcción social del gusto y funciona como un dispositivo de autocontrol. A esta visión Foucault añade la idea que el placer también puede ser una ruta de exploración, una forma de auto-conocimiento y un espacio sobre el que edificar el antagonismo. Con esto Foucault deja sentadas las bases a una interpretación del placer como un espacio político que posteriormente retomarán los defensores de la teoría de la performatividad.
A través de esta descripción del placer nos damos cuenta de que éste deviene un lugar en el que colisionan tanto la mirada exterior, los ojos tribunales del otro, como una mirada interior que explora los claroscuros y los potenciales de la persona. Esta doble vertiente de la mirada, como elemento represivo o como espacio de antagonismo, acerca de forma peligrosa el voyeurismo a la vigilancia, el placer al control, lo punitivo con lo liberador. La siguiente selección de vídeos reflexiona sobre las fronteras difusas que se levantan entre la vigilancia y el placer, entre la contemplación y el control o entre quien mira y quien es observado/a. En estos trabajos el deseo se camufla de curiosidad, la vigilancia se torna contemplación y el público es cómplice de intenciones inciertas, de miradas inquietantes y de deseos sublimados.