2009
No hay en el mundo cultura o narración mitológica en la que de una forma u otra no aparezca la figura del monstruo. Esta encarnación del mal, este ser complejo, adquiere múltiples formas, contornos, significados y valores, personificando siempre los temores, ascos y aspectos más siniestros del alma humana. Acostumbrados a que los monstruos vivieran en cuevas, en planetas distantes, en parajes solitarios o en lugares maldecidos, R.L. Stevenson puso a sus lectores en vilo al recordarles que el monstruo se encontraba mucho más cerca de ellos de lo que hasta ahora pensaban. El relato “El Extraordinario caso del Dr. Jekyll and Mr Hyde” nos recuerda que tan solo hace falta un compuesto químico a base de sales para hacer que todo el odio, asco, maldad y agresión que una tiene dentro salga a la luz, liberando a ese monstruo que todas hospedamos.
Lo más escabroso del relato de Stevenson no son las atrocidades que Mr Hyde comete ni las horribles transformaciones que el doctor ha de padecer para liberar su lado oscuro, lo que más nos puede turbar es reconocer el placer que le produce liberar ese lado abyecto de su persona. Cuando describe la sensación de libertad que le proporciona salir a la calle y detestar a todos sus conciudadanos, poder empujar a quien le entorpece, saltarse las normas sociales y dar rienda suelta a sus instintos más ocultos, no podemos dejar de reconocernos en ese placer. El monstruo puede decir todo aquello que normalmente nos callamos, puede pensar aquello que tememos aceptar, nos permite disfrutar de aquello que deberíamos denostar y por momentos, nos permite ser como realmente pudimos haber sido. No es de sorprender que Reagan insulte a su madre o al padre Karras en la película El Exorcista; el monstruo se limita a ser fiel con lo que la niña realmente está pensando.
El tribulado Dr. Jekyll no puede controlar a su antojo las visitas de Mr Hyde, y es que a veces el monstruo aparece en los momentos menos esperados. Jack Torrance experimentaría un proceso similar al verse aislado en un hotel siniestro en El Resplandor, de forma incontrolable su monstruo afloraría aterrorizando a su inocente familia. Si el monstruo encarna un cierto placer, es la sociedad quien le recordará sus anomalías, su otredad, su exceso o su insuficiencia. La mirada normalizadora de sus vecinos será su castigo y el muro que hará que el monstruo tema mostrarse tal y como en realidad es. Lo normativo censura los placeres del monstruo y por ello se ve obligado a optar por dos formas de enfrentarse a los otros: esconderse o atacarles. De allí que nos encontremos con monstruos errantes a los que nadie quiere ver como Eduardo Manostijeras o Shrek , pero ¿Quién quiere ver a sus deseos más privados andar libremente por ahí?¿Quién quiere enfrentarse a lo que realmente quiere hacer?¿Quién podría aceptar que en el fondo anhela ser el protagonista de una película de serie B? El monstruo siempre está lo suficiente lejos como para no hacernos mucho daño, pero lo suficiente cerca como para aparecer cuando menos lo esperamos.
A continuación presentamos una selección de trabajos habitados por monstruos, deseos, placeres, venganzas, miedos y anhelos. En estos vídeos vemos lo cerca que estamos de lo monstruoso, lo próximo que está ese monstruo que en muchos momentos convive con nosotros en lo cotidiano, en lo personal, en lo íntimo y en lo social.