TRANS* JOY, per Orne Cabrita

13 de setembre de 2023

Texto d'Orne Cabrita a partir de Escenario doble, de Virginia Villaplana
per al #dimartsdevídeo TRANS* JOY


Vi Escenario doble y pienso en el principio de los dosmiles, donde la patologización todavía marcaba la ruta, donde tenías como que canjear tu lugar de enunciación por un diagnóstico para acceder a según qué cosas. Pienso que 2004 fue hace un montón, pero tampoco tanto, hace dos telediarios que todavía tenías que performar enfermedad para que te validaran la experiencia. Pero pienso sobre todo en esa frase/sentencia de Marco, su protagonista: «yo voy a hacer mi vida, me cueste lo que me cueste». Y como LO TRANS para mí realmente es eso, un compromiso irreductible para con la felicidad, la propia y la colectiva. «Me cueste lo que me cueste».

Me parece fucking hermoso ver cómo más allá de las leyes (que siempre se dejan a alguien) de lo médico (que no siempre es la respuesta y que cuando lo es, no siempre resulta accesible) hemos aprendido a procurarnos la alegría. Cuando no ha habido lugar, se ha hecho; cuando no ha habido palabras, se han creado. Somos gente de recursos, másters de la autocelebración. Aunque de nosotres siempre se espere la narrativa trágica del antihéroe, en realidad lo que somos es peña jodidamente comprometida con el joy, con el placer, con poder ser sin más.

Paso de seguir alimentando la narrativa del cuerpo equivocado o del cuerpo robado. Ni a mí ni a Marco nadie nos ha robado nada más que quizás tiempo. Y en nombre de ese tiempo, rehúso a definirme en contraposición a algo, a que mi dignidad esté por siempre subordinada a la lucha y rehúso por sobre todas las cosas a hacer de la herida mi identidad.

En realidad, el odio de la gente, es de la gente; el miedo de la gente, es de la gente... Está proyectado sobre mí, pero no es mío, esa no es mi historia o no tiene por qué serlo. El odio es el que criminaliza el trabajo sexual, pero no criminaliza el pagar 2 duros por jornadas inhumanas a las trabajadoras del hogar. El odio necesita subordinados y, si no se los das, los produce con políticas fronterizas asesinas, crisis de vivienda, escasez, con su oferta y demanda, su transfobia, su racismo.

El discurso del odio y de lo trágico, sabemos de sobra comprobado, es el que más engagement genera. Es el juego de los numeritos y el dolor. Parece ser que a mayor visceralidad, mayor potencial viral. Si yo vengo aquí y regurgito mi dolor ad nauseam, el algoritmo acercará mi discurso al del pánico TERF o la amenaza INCEL –todos trending topic. Y yo me pregunto: ¿A son de qué? ¿A cambio de qué estamos compartiendo esta arena? ¿Visibilidad? La visibilidad, más que herramienta, es un arma de doble filo: la visibilidad no paga la renta ni las horas de terapia. Entiendo la importancia del registro, de lo referente, de hacer archivo como fe de vida, pero en este mundo de mercados, los likes convierten al referente en performer, en guión. No me interesa ser visible, no quiero darle acceso a cualquiera, ni me apetece ser asimilade ni asimilable.

Yo, a lo que sí aspiro es a no tener que explicarme para poder participar de. No quiero ser un ensayo ambulante, ni una problemática, ni una hipótesis. Yo sólo quiero recuperar mi condición de mortal y reclamar mi derecho a la opacidad –GRACIAS, Glissant. No me interesa ser legible, mi transición no es una línea, es un continuo, es desordenada, es un fucking caos y eso está bien.

Hemos tenido que hacer tantas contorsiones –diagnóstico, cliché, tesis académica. Siempre ese HABLAR DE en lugar de HABLAR CON. Forever sujetos de estudio. Quizás si nos explicamos mejor, si problematizamos, complejizamos, que si antropoceno, que si poroso, que si interseccional, que si poner el cuerpo, que si la cuota, que si el acceso... Mira: fuck la academia, fuck el discurso institucionalizado y fuck los porcentajes. Todo bien con ocupar espacios, pero ¿desde dónde y para qué? Últimamente quisiera dinamitar espacios mucho más que ocuparlos.

Pareciera que si no hay arco definido en mi experiencia, entonces no es marketizable. Si no hay moraleja, sufrimiento/salvación, castigo/recompensa, no hay un uso para mi experiencia. ¡Genial! porque es precisamente a eso a lo que yo aspiro, al género que no se justifique en tanto que su funcionalidad, a una vida que no se justifique en tanto que a su funcionalidad. Yo aspiro al género como lúdico, simplemente porque sí. Me rehúso a ser masticable, digerible. Y es que, mi gente, en los sitios donde yo soy feliz, ahí donde se me desdibujan los márgenes, empiezan y acaban tantos mundos... Todo es movimiento, música, colores y fucking confeti y yo soy mi versión favorita de mí.

Donde la disforia es compartida, acaba siempre por ser euforia. Los sitios que me sostienen han dejado de enunciarse como seguros y han empezado a construirse valientes, como dice Naeem Davis: valientes en tanto que pueden sostener la incomodidad de errar, de saberse albergadores de violencia y asumirse capaces de mejorar constantemente. No existe el lugar seguro, así como no existe tampoco una manera no violenta de ver. Asumirnos capaces de violentar es asumirnos capaces de aprender a errar y hacerlo bien. Errar bien es un oficio y ahí también se encuentra la euforia.

Son esos espacios de alegría procurados a pulso por donde, para mí, pasa la liberación trans –y por liberación trans entiendo la liberación de cualquiera, cis o no, la posibilidad de vivirse en todos sus matices. La liberación trans no solo beneficia al sujeto trans, es una pieza clave en la liberación colectiva, hermanada y por siempre en deuda con la liberación racial y el black joy. Dice Janaya the Future: «si me construyes una cárcel, sigues siendo tú quien debe quedarse día a día vigilando la puerta, ¿eso quieres?» No existen dos transiciones iguales, ni existe nadie que no esté transicionando, no existen para mí personas CIS, existen modelos de vida CIS, que son bien lazy y bien predecibles –que no estables. Me rehúso a reducir la maravillosa y siempre expansiva diversidad humana a un culto de la genitalidad. Tetas, pollas, coños, nariz, pie, ¿qué más da?

Cuando Halberstam escribe la palabra trans, le agrega un asterisco, y a mí me parece como una especie de bote salvavida. Explica que agregar ese asterisco es abrir, es negarse a situar la transición en relación con un destino. No venimos de transilandia, no vamos camino a transilandia. No compartimos todes una misma vivencia, una misma voz, una misma herida, ni tampoco los mismos privilegios. Aunque el guión de la tragedia se nos ha impuesto como fuerza unificadora, no creo que la historia trans* tenga que ser necesaria o únicamente una de resiliencia, ni de lucha, ni de trincheras... Me rehúso a ser activista por siempre. Yo, hoy, dejo un cartelito en la puerta que dice: se fue a buscar la alegría y no volvió.

Dejaré que sean los otros lo que se ocupen con mis pronombres, disfrutaré de la maniobra, de verles hacerse nudo con mi feminidad masculina, mi masculinidad femenina. Tengo cosas más importantes que hacer y, al fin y al cabo, mis pronombres siempre han dicho más del otro que de mí.

La identidad no es un commodity, no es algo esperándome al final de una transacción, reducirlo a eso es negarle potencial. No creo que el tema sea tampoco la autodeterminación, porque yo no soy un avatar, ni mi género un accesorio que se decide y se adquiere. Mi género es fluctuante, es por qué y a pesar de y en cada una de sus facetas debo tener el derecho a nombrarle por lo que es. Más que abrazarme a una identidad, me he deshecho y rehecho en un sin fin de ellas.

Mientras más se expande mi deseo y mi alegría, más me acerco peligrosamente, más nos acercamos peligrosamente al borde, a darnos cuenta de que lo que podíamos cambiar dentro de estos márgenes dibujados por el capitalismo, la violencia y las nociones de imperio, se nos agota. O lo cambiamos todo o nos cargamos todo, pero algo tiene que pasar.

Mi cuerpo, mientras tanto, seguirá siendo esta suerte de espacio liminal, un cuerpo sobre el que se han proyectado un sin fin de violencias, pero que aspira a ser más que sólo pantalla. Un cuerpo que también es migra y que por ser migra es frontera. Dice Khosravi que una vez que cruzas una frontera, te conviertes en esa frontera. Pues bien, yo llevo ahora la frontera de lado a lado en el pecho. Soy una persona encuerpando lo que le atraviesa, dejándose ver las grietas, pero sobre todo soy la luz que por ellas se cuela. Asumo mi barranco y me comprometo a no llegar nunca, a estar en un estado de perpetuo embarque, me comprometo con la alegría de una tarde de verano dosmilera donde Marco se adentra en el mar sin sujetador ni camiseta por primera vez, le acompaño.

Dice Biogal que lo trans* es el respiro y no puedo estar más de acuerdo.
Para mi también, lo trans* es el respiro.